martes, 26 de mayo de 2015










 QUIEN  EN UNA NOCHE DE TORMENTA,

EN UNA REUNIÓN CON LOS AMIGOS, NO

HA CONTADO UNA HISTORIA DE TERROR, 

CUENTOS, LEYENDAS QUE TE ERIZAN LA 

PIEL, AQUÍ OS  DEJO UNA DE LAS 

HISTORIAS QUE HA LLEGADO A MIS OÍDOS, 

CUENTOS QUE EN ALGÚN MOMENTO ME 

ERIZARON LA PIEL, 


¿¿LO HARÁ CON VOSOTROS?? 





DEBAJO DE LA CAMA 


La imagen que más le había impresionado en 


toda su vida pertenecía a una película de la cual 

no recordaba ni el título. Había una niña 

tumbada sobre su cama. Poco más allá, a su 

izquierda, había un espejo, y ella podía verse 

dormir. La luna reflejaba su imagen, y cada 

noche, por aquello del miedo que atenaza a los 

niños, la cría se miraba en el espejo y 

aprovechaba para ver si debajo de su cama había 

algo de lo que debiera tener conocimiento. Tras 

ver que no había nada se quedó tranquila. Unas 

escenas más adelante volvió a hacer lo mismo y 

luego cerró los ojos. Su mano cayó hacia el suelo. 



En un momento dado notó una humedad viscosa 

en su mano lacia y abrió los ojos sin atrever a 

moverse un ápice. Giró la cabeza hacia la 

izquierda y miró el espejo. Bajo su cama había un 

hombre con ojos de sádico, que lamía su mano 

con la boca sangrienta en un rictus perverso. 



Aquella escena era la que más terror le producía, 


pero ella no tenía un espejo al lado de la cama 

para mirar si estaba sola en la habitación, y por 

más que había pedido a sus padres que le 

pusieran un espejo estos siempre le habían dicho 

lo mismo: no hay sitio. A un lado tenía el balcón 

al otro un armario y la puerta. No cabía esa 

posibilidad, y ponerlo enfrente no tenía sentido. 







De modo que Leticia miraba debajo de su cama 

nada más entrar en la habitación, con las luces 

abiertas y la puerta del cuarto abierta, por si 

tenía que gritar y ser escuchada por sus padres. 


Una vez comprobaba que no había nada, cerraba 

la puerta para asegurarse de que nadie podía 

entrar, y tras leer algunas páginas de un libro de 

la colección del Barco de Vapor, se dormía con 

la luz de la lamparilla encendida. Más tarde, 

como cada noche, entraría alguno de sus padres 

para darle un beso en la frente y cerrar la luz. 



También cerraban la puerta por expreso deseo 

de ella. Si antes no habían entrado, después 

tampoco lo harían. 

Una noche entró e hizo su rutina habitual. 

Cuando terminó abrió el libro que estaba 

leyendo, sus ojos consumieron ávidamente unas 

páginas y cayó rendida. Su madre entró veinte 

minutos después, besó su frente, cerró la luz y se 

marchó, dejando cerrada la puerta. 



Leticia no pudo ver como media hora más tarde 


el pomo de su puerta giraba lentamente. La 

puerta no chirriaba, de modo que tampoco se 

enteró cuando ésta se abrió lentamente y “algo” 

que no tenía forma ni color se deslizó por el suelo 

sin hacer ningún ruido. Ella permanecía inerte 

sumida en sueños cuando la sábana que la cubría 

comenzó a deslizarse hacia sus pies. Un pequeño 

cosquilleo producido por el movimiento de las 

sábanas hizo que moviera las piernas 

incómodamente, casi en un arranque nervioso, 

pero no llegó a despertarla. Cuando las sábanas 

terminaron en el suelo Leticia comenzó a tener 

una pesadilla. Sus ojos, ocultos tras los párpados 

cerrados, se movían rítmica y velozmente. 








Mientras tanto un ser invisible a la vista humana, 

deslizaba parte de sí por las piernas desnudas de 

Leticia, provocando que toda su piel se 

estremeciera y el bello de todo su cuerpo se 

erizara. Un frió glacial recorrió sus pies, sus 

piernas, su cintura, su pecho y sus brazos y 

terminó llegando hasta su rostro como un 

suspiro mortal. Leticia sintió que el corazón se le 

congelaba y abrió los ojos en un rictus de horror. 


Respiró hondo y comenzó a hiperventilarse 

mientras sus manos se agarraban fuerte a la 

sábana de fondo. Cuando logró aminorar la 

velocidad de su respiración y su corazón volvió a 

su número de palpitaciones habitual, Leticia 

parpadeó un par de veces más y se centró. Algo 

fallaba. No era solo la pesadilla que le había 

despertado, había algo más. Era un 

presentimiento. En un movimiento tan rápido 

como el miedo le permitió, encendió la luz de la 

habitación. 



Sentada aún en la cama se miró las propias 


piernas y encontró la respuesta a su pregunta. La 

sábana que cubría su cuerpo ahora no estaba. 


Miró a un lado y otro de la cama sin apenas 

mover más músculo de su cuerpo que el del 

cuello, y no encontró la pieza que faltaba. De un 

bote se puso de rodillas y se acercó hasta los pies 

de la cama. Allí abajo, de forma circular, estaba 

toda la sábana que debía haber estado cubriendo 

su cuerpo. Comenzó a sentir otra vez el miedo 

que la había hecho hiperventilarse y su 

respiración volvió a agitarse. De haber sido 

asmática ya habría sufrido un ataque. Era una 

suerte ser una niña sana. Si hubiera tenido 

setenta años probablemente aquella noche habría 

muerto de un ataque al corazón. 


Alargó el brazo para recuperar su sábana y se la 


echó por encima. Todavía luchaba por recuperar 

también la serenidad. Tenía tanto miedo que 

apenas le salió un susurro de la boca cuando 

creyó estar gritando “mamá”. Su carne de 

gallina y su bello erizado no la tranquilizaba en 

absoluto. 







Tras gemir comenzó a llorar. Si las palabras no 

salían de su boca, tendría que ir hasta la 

habitación de sus padres para dejarse consolar... 

y aquello también le provocaba pavor. La 

habitación estaba dos cuartos más allá, al fondo 

del pasillo. Pero si quería que hubiera alguien 

con ella hasta que consiguiera volver a dormirse, 

tendría que salir de su propia habitación. Con 

todo el valor que una niña de doce años podría 

tener, Leticia localizó primero las zapatillas para 

ponérselas lo más rápido posible y salir 

corriendo de allí. Pensó que si corría llegaría 

antes a la habitación de sus padres y podría 

meterse entre ambos para recuperar la 

tranquilidad y el sueño. Sólo sus padres tenían 

esa capacidad de devolverle la paz. Ella era muy 

joven, no podía hacerlo todo sola. Necesitaba dos 

adultos a los que amaba y en los que confiaba. 



Decidida, tras localizar sus zapatillas, se abrazó 


la sábana, se calzó y corrió hacia la puerta de 

su habitación. Fue entonces, cuando al alargar el 

brazo para abrir el pomo, se dio cuenta de que la 

puerta estaba abierta. El miedo la paralizó de 

nuevo y sus ojos bailotearon de terror. No se 

atrevía a girarse y en el umbral permaneció el 

tiempo que a ella le pareció una eternidad. Sus 

pies no se atrevían a dar un paso más. Comenzó a 

hiperventilarse de nuevo y sintió marearse, y en 

un arranque último de valor extendió el brazo y 

abrió la luz del pasillo. ¿Iba a morir de miedo? 



Aquella duda consiguió que echara a correr 

hasta la habitación de sus padres pero fue tan 

rápida y torpe que se estampó contra la puerta 

semiabierta. 



Cayó al suelo y se dañó un tobillo, pero provocó 


el suficiente ruido como para que su padre se 

despertara y abriera la luz. 

- ¿Leticia? La niña alzó su rostro poco a poco. Primero vio 

las baldosas del suelo, luego llegó hasta las 

zapatillas de su padre, y entonces miró debajo de 

la cama de matrimonio. 

Antes de que la habitación comenzara a darle 

vueltas y cayera al suelo había podido ver que 

debajo de la cama de sus padres estaba su madre 

sobre un charco de sangre y un ser etéreo, como 

el cristal, al cual sólo se podía ver con los ojos de 

la infancia, lamía la barbilla sangrienta de su 

madre. 


terror








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Para mi dulce hada Vanessa

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Nocturna: Bruja de la Noche poseedora de curar con la luz de las estrellas

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Miedo al miedo.
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